sábado, 24 de abril de 2010

Pueblo de agua


“Dios dispuso de bastante tiempo/ para constatar que mi país estaba torcido/ y, pese a todo, no pudo enderezarlo/ o no se molestó en hacerlo/ cuando hubiera podido/ quizás convencido de que era tarde/ y dejó que siguiera como estaba”.
Con permiso de Juan Calzadilla quien escribió este aforema hace casi veinte años, esta constatación de torcedura no le es exclusiva a Dios; la percibimos toda vez que visitamos el territorio warao y trabajamos con uno de los grupos más excluidos.
La diferencia con el aforema estriba en que tenemos el convencimiento que no es tarde aún y que no podemos dejar las cosas como están.
En la mudanza del tiempo, en este caminar empecinado salvando obstáculos, suerte verse en estas memorias en las que podemos protagonizar el cambio necesario. Así, pues, en este espacio me atrevo a sugerir dos entuertos a corregir.
El primero es el tema de la salud. En la población de Curiapo, capital del municipio “Antonio Díaz” en Delta Amacuro, las cifras de mortalidad infantil se ven ilustradas en la desproporción de tumbas pequeñitas que superan grandemente en número a las adultas en el cementerio de dicha población.
No basta que se haya construido un Centro de Diagnóstico Integral y una Sala de Rehabilitación Integral, hace falta una real integración; no se trata de equipos de salud cubano y venezolano trabajando asincrónicamente: los programas de prevención y atención, la prescripción de medicinas, la educación integral en cuanto a nutrición y prevención de enfermedades diarreicas deben superar la desconfianza y xenofobia.
El segundo tema corresponde a la educación. En el puerto de Volcán, la primera lancha en llegar y en partir rumbo a las poblaciones del Bajo Orinoco es la de Misión Rivas. Río adentro, el mejor hanoko, palafito construido con tablas, es el de Misión Robinson y la mejor logística para trabajar en el terreno la aporta sin lugar a dudas la Misión Sucre.
Sin embargo, el warao es un pueblo nómada y muchas de las personas que inician su educación no concluyen por haberse desplazado a otro lado del río. ¿Qué tal si en vez de sedes en tierra firme se habilitan balajús capaces de ir donde están los grupos humanos, sobre todo en un territorio donde el acceso a embarcación, motor y gasolina ha sido fuente de desequilibrio del poder y dominación histórica?
¿Será que estos entuertos se mantienen porque la mayoría de quienes gobiernan en estos municipios o representan instituciones del Estado viven en Tucupita o Maturín y no quieren verse con el corazón y los ojos llenos de río?
¿Será que al salir de su territorio se les perdió el hilo de Ariadna para volver al amor endógeno que posibilita el real desarrollo y permite llegar donde, hasta ahora, parece no haberse llegado ni aunque se llegue?

1 comentario:

  1. como me extrañó no ver mi comentario al releer este art.quería tomar unos apuntes para escribir, mas bien indagar, como vá esta problemática, si tvo eco tu opinión. en el anterior te expresaba ante tu delicada denuncia, que tal vez los que gobiernas estos difíciles parajes, no se les perdió el hilO de Ariadna,actúan mas bien como Teseo el ingrato amante.

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