sábado, 24 de abril de 2010

Somos tejido


Déjame enredarme entre tus fibras. Sentirme vetiver, enea, moriche, algodón, dispopo, cocuiza, sisal. Ser trama y urdimbre, tejido distendido o estrecho, asumirnos muestra artesanal del universo.

Quiero trenzarme contigo en discusiones con raíces que, de tan profundas como las del vetiver, sostengan la geografía escarpada de nuestro momento político. Quiero penetrar tu suelo ideológico y ramificarme en él; que cada palabra pronunciada tenga una extensión insospechada incapaz de romperse radicalmente.

Permite que el agua de mi llanto se seque en la resolana de tu enseñanza. Tras el corte necesario con lo improcedente, has de mí estera de enea para el reposo de tus anhelos; techo ancestral que no se opone a la conjunción cósmica sino que se integra a ella; paraban para la distribución del espacio vital entre lo público y lo íntimo.

Aspiro ser fruto, aceite, hoja de palma que sirva de reencuentro con nuestras costumbres. Poderte ofrecer no sólo el chinchorro que columpie nuestros sueños de libertad y el balance hídrico que permita la vida sostenible sino en el moriche tener la metáfora del liderato oportuno: si se quema la copa, toda la palma desaparece.

Consiente que me entorche en el cuerpo de tu alma y compacte mi ser flexible en tu hilo histórico. Construye un telar vertical donde el algodón se entrelace en multicolor armonía y la diversidad que somos se manifieste en unidad estética puesta sobre el tapete: distintas comunidades, distintas voces, distintas maneras de organizarse, un mismo país.

Deseo el misterio del dispopo, cocuiza y el sisal ocultos en la penca del agave cocui, maguey o sisalana respectivamente; ser planta xerófita resistente a los tiempos más inclementes y cuyos filamentos se hacen presentes sólo con un duro lavado y cepillado pero luego, una vez que sus dedos se han entrecruzado, se perpetúan amorosamente en ese lazo.

Amor, pueblo, somos tejido. Sólo si nuestras vidas se anudan, de nuestra entrega y compenetración con el proyecto de vida en dignidad, se hará posible esta gran hilandería que será nuestra patria.

Siempre se escribe con ese


Somos breve universo y puntada en el tejido social; palabra y fin; nada y algo. Nos debatimos en el dilema ético de cómo trascender, cómo marcar huella, cómo dar siempre nuestro mejor aporte en la creación de una sociedad justa, un mundo vivible en comunalidad. En este reflexionar descubrimos que hay razones que nos dicen que ese siempre se escribe con ese.

Ese recuerdo de vida cuando sólo éramos un pedazo de historia interceptado, mustio rincón de indignación callada, terco latido que aprendió a creer que, tras el impacto cruento del dolor, es posible construir algún lugar para la esperanza. Lugar donde renuevan sus latidos los signos personales del pasado y, desde allí, inician un comprometido caminar colectivo hacia la plenitud de lo humano.

Ese trocar cóleras en sabiduría, juicios en propuestas, vestir de otras las memorias desnudas y poder reconciliar así, en los acertados o inciertos gestos de otra gente, los saberes en diálogo que gestan futuro, la voz plural donde se evidencia que la vida nos reta.

Ese compromiso irrevocable con el Pueblo, no como abstracción o discurso vacuo, ni como palabra bien presentable que podemos usar en desmedida para impresionar y quedar bien. Pueblo que antes de ser tal se nombra y apellida, que comienza con el privilegio de andarnos, recorrernos, de encontrarnos en mano ajena y, como afortunadamente el amor no sabe de estrecheces, se convierte en himno común, oleaje permanente y sucesivo. Entonces se comunaliza, se regionaliza, nacionaliza, mundializa.

Ese cuidarnos con esmero. Estar pendientes del bienestar de quienes viven en casa: la pequeña y la universal. Mimarnos pero también exigirnos un desempeño mejor. Nos ayudamos cooperativamente y compartimos lo que somos, sabemos y tenemos pero nos llamamos la atención frente a los errores cometidos; sincopamos musicalmente nuestros pasos para que nadie se atropelle.

Ese empeño avasallante de cumplir disciplinadamente con las tareas, metas y misiones que nos competen. Deseamos, queremos, disfrutamos hacer lo que hacer debemos. Sabemos y asumimos que tenemos una responsabilidad histórica con esta generación así como con las pasadas y próximas. Nuestro tiempo es ahora, toda persona es imprescindible, lo que no haga cada quien para construir una vida más digna para todos y todas, nadie lo hará, al menos no con su estilo, su sello personal. No hay jornada que perder, oportunidad que desechar, esfuerzo que rechazar.

Con ese recuerdo, cambio, diálogo, compromiso, cuido, empeño siempre se escribe (vive). Con ese, también, se escribe solidaridad y socialismo, seguramente.

Pueblo de agua


“Dios dispuso de bastante tiempo/ para constatar que mi país estaba torcido/ y, pese a todo, no pudo enderezarlo/ o no se molestó en hacerlo/ cuando hubiera podido/ quizás convencido de que era tarde/ y dejó que siguiera como estaba”.
Con permiso de Juan Calzadilla quien escribió este aforema hace casi veinte años, esta constatación de torcedura no le es exclusiva a Dios; la percibimos toda vez que visitamos el territorio warao y trabajamos con uno de los grupos más excluidos.
La diferencia con el aforema estriba en que tenemos el convencimiento que no es tarde aún y que no podemos dejar las cosas como están.
En la mudanza del tiempo, en este caminar empecinado salvando obstáculos, suerte verse en estas memorias en las que podemos protagonizar el cambio necesario. Así, pues, en este espacio me atrevo a sugerir dos entuertos a corregir.
El primero es el tema de la salud. En la población de Curiapo, capital del municipio “Antonio Díaz” en Delta Amacuro, las cifras de mortalidad infantil se ven ilustradas en la desproporción de tumbas pequeñitas que superan grandemente en número a las adultas en el cementerio de dicha población.
No basta que se haya construido un Centro de Diagnóstico Integral y una Sala de Rehabilitación Integral, hace falta una real integración; no se trata de equipos de salud cubano y venezolano trabajando asincrónicamente: los programas de prevención y atención, la prescripción de medicinas, la educación integral en cuanto a nutrición y prevención de enfermedades diarreicas deben superar la desconfianza y xenofobia.
El segundo tema corresponde a la educación. En el puerto de Volcán, la primera lancha en llegar y en partir rumbo a las poblaciones del Bajo Orinoco es la de Misión Rivas. Río adentro, el mejor hanoko, palafito construido con tablas, es el de Misión Robinson y la mejor logística para trabajar en el terreno la aporta sin lugar a dudas la Misión Sucre.
Sin embargo, el warao es un pueblo nómada y muchas de las personas que inician su educación no concluyen por haberse desplazado a otro lado del río. ¿Qué tal si en vez de sedes en tierra firme se habilitan balajús capaces de ir donde están los grupos humanos, sobre todo en un territorio donde el acceso a embarcación, motor y gasolina ha sido fuente de desequilibrio del poder y dominación histórica?
¿Será que estos entuertos se mantienen porque la mayoría de quienes gobiernan en estos municipios o representan instituciones del Estado viven en Tucupita o Maturín y no quieren verse con el corazón y los ojos llenos de río?
¿Será que al salir de su territorio se les perdió el hilo de Ariadna para volver al amor endógeno que posibilita el real desarrollo y permite llegar donde, hasta ahora, parece no haberse llegado ni aunque se llegue?

M’ma


Mma’, te invocamos Madre Tierra, en nombre de tus hijos e hijas, con la voz que el pueblo Wayúu te dio.
Endurécenos como la piedra en la fidelidad a tu protección; danos la aversión al derrame innecesario de sangre y a la tortura de cualquier ser viviente.
Haznos sonrientes y, en una madrugada cuando los frailejones abren entre nieblas sus transparentes soles, renueva la decisión de no interponer nuestra absurda versión de desarrollo a tus ganas inmensas de multiplicarte.
Que el medio ambiente sano deje de ser solamente una palabra pura y garanticemos con el coraje de los cuchillos fríos de las cumbres y la furia embravecida de nuestros ríos guayaneses su conservación, no como reliquia sino como legado.
No seamos un cuerpo mustio por las calles, sin voz ni grafía, ojos vendados y alma en cadenas, sino cambiemos la tumultuosa rabia de quienes sufren en lugares inhóspitos y sin alimento por lecho, casa y pan a todos y todas repartido.
Que la dignidad alegre nuestra mirada como una estrella recién nacida y la única especie en extinción que no reciba una acción positiva mundial sea la indiferencia de quien da la espalda y abandona la esperanza escurriéndose por la puerta trasera de la vida.
Danos la inmortalidad de la coherencia ética que nos anima a no desperdiciar ni el más mínimo de los recursos disponibles y que esta cuenta entre en el presupuesto familiar, comunitario y estatal como inversión fija e imprescindible.
Enséñanos a no tener una perspectiva antropocéntrica; que las flores no son sólo alegría y los animales mascotas, que el aire llena nuestros pulmones, los frutos nos alimentan, el agua nos hidrata y por eso son necesarios sino que tú eres sujeto de derecho.
Mma’, te invocamos y a ti dedicamos nuestro tesonero trabajo diario por promover, garantizar, defender y educar en valores ecológicos para entender de toda vez por una que dañarte, Mma’ es pegarnos en la madre.

Dignidad de expresión


Hay quien opina y destroza con el gesto. Hay quien se expresa y destruye. Hay quien confunde libertad con inhumanidad.
Hay gente que rehuye el encuentro, que sentencia implacablemente, injustamente, tendenciosamente. Que arruga las palabras para que le quepan en la trampa. Vocifera la confidencia, amarillea lo noble. Deniega, aplaza, delega, ignora. ¡Lástima de gente!
En cambio, hay quien se desmuere en el periodismo al reconocer, ejercer y disfrutar el derecho a la dignidad de expresión.
Gente que habla, escribe con pasión, discute hasta llegar a acuerdos, disiente sin ofender, llama las cosas y las personas por su nombre y no busca subterfugios para comunicarse.
Hay periodistas que se hacen en el encuentro, que prestan sus micrófonos para que resuene la voz de quienes descubren que su palabra si vale. Que brindan espacios para el intercambio, que entrevistan sin manipular, que abrazan sin estocada.
Periodistas que se conduelen, se indignan cuando se topan con las injusticias que pueblan esta patria que no es lo que anhelamos. Pero que se reinventan en esta misma patria que aunque todavía no esté, vive ya y nos constituye en el sueño que nos despierta, en la esperanza que alimentamos, en el riesgo del cariño, en la batalla que peleamos, en aquello que nos enamora.
Gente que ha entendido que es necesaria una nueva voluntad política y una nueva y específica organización de esa voluntad. Que es necesario que todos y todas demos valor de ley y compromiso al deber de favorecer la vida y todas sus expresiones y de no exterminar, no hacer pactos con la muerte aunque sea por inercia, por omisión o por indiferencia. Que es preciso ser lo que ser se deba, salvo pena en otro latido.
Y el premio llega. Un premio que tiene alma de aprendiz, voz propositiva, pulso agitado de lucha, mirada en un mundo, un continente, un país, una comunidad más justos para la vida en paz.
Son gente, periodistas que no se vanaglorian por reconocimientos sino que, parafraseando el manifiesto que en 1996 elaboraron quienes han recibido premios Nobel en el mundo, pregonan que es necesario sin más tardanza escoger, obrar, crear y vivir para hacer vivir.

Comunicación popular


Es cierto que la prensa, radio y televisión nuestra de cada día generalmente no alimentan (ni siquiera engordan) Que las noticias se nos ofrecen sin arte ni magia; debemos padecer los reportes como la más amarga de las infusiones, costo mal pagado a expensas de nuestra salud mental. Es por eso que nos enfrentamos a ellas sabiendo que antes de abrir la página o encenderlas hay que recitar con devoción: undécimo mandamiento, no confiarás.
Nuestros medios comunitarios y alternativos no pueden repetir los errores o investirse del oprobio modelado. Como su nombre lo indica hay una diferencia que radica en los principios, funciones y valores de la comunicación popular. Ésta siempre es un proceso, cuyo propósito es el desarrollo pleno de la personalidad humana y el fortalecimiento de una cultura de paz y respeto a los derechos y libertades fundamentales.
Prestando el término a quienes practican el trueque, hay que produmizar los medios: producirlos y consumirlos, recrear una comunicación participativa y protagónica. Hay que procurar construir análisis y generar memoria. No basta “sacar” a la luz nuestro periódico o programa sino que este hecho debe ser un acto democrático: quien no organiza colectivos y coordina luchas no es un medio, es un mínimo equivalente a un casi nada.
Toda comunicación popular nos debe brindar energía para el servicio comunitario, actualización de nuestra perspectiva de género y reconocimiento étnico, impulso de la gestión cultural. No se trata de llenar una “parrilla” o una pauta de redacción con lo primero que se nos atraviese sino concienciar que la comunicación siempre es interesada y supone la generación de conocimiento. Tiene como objetivos respetar las diferencias, sin negociar los principios; dialogar con el saber acumulado; socializar el conocimiento; promover una pedagogía de la autonomía; incentivar la pregunta, la duda, los argumentos; asumir una actitud de resistencia cultural frente al autoritarismo; estrechar lazos de solidaridad, de ternura, de afectos; reinventar la política como bien común.
Con certeza afirmamos que la revolución en la comunicación es tan nuestra como de nuestros ojos es el horizonte. Quienes asumimos el compromiso de hacer comunicación popular debemos rastrear motivos, beber en la copa de la vida, afilar el canto y la palabra, andar y andar puesto que el pueblo está en su punto.
Hay que entender que el acto comunicativo es necesariamente educativo y por tanto procurar que el milagro nos sorprenda; la desnudez nos seduzca; la tenacidad logre su objetivo. Que la lengua no olvide la palabra precisa; no nos pesen los pies para el encuentro; no se pierda el corazón el abrazo necesario. En fin, ¡que la inmortalidad nos bese!

Centro Comunal de Protección Integral


Quién me cuida mi hija, sollozaba la vecina tras el tercer trabajo perdido por andar con niña y responsabilidad a cuestas. ¿Cómo se sincroniza maternidad y vida laboral si la guardería más cercana a casa queda fuera del barrio y pareciera diseñada para quien no la necesita ya que funciona con un insólito horario de ocho a cuatro y la madre tiene que trabajar de siete y media de la mañana a cinco de la tarde? ¿Cómo entregar al hijo a alguien que no se conoce, dejarlo en un lugar inseguro que además iguala en costo el salario mínimo y allí no se acepta cestatickets para pagar el almuerzo? ¿Qué hacer cuando le aqueja alguna enfermedad, cómo se garantiza su cuido, su medicación adecuada, su alimentación balanceada, variada y suficiente?

Se quiere para ese niño o niña de cero a doce años toda la luz del mundo y un ser amoroso que les eduque y esté pendiente del quebranto del primer diente; quien enjugue la lágrima pronta por el juguete roto; le enseñe que el amiguito o amiguita real es mejor que lo imaginado; le apoye con el proyecto escolar y el invento científico que desea realizar tanto como con la obra de arte y la pirueta deportiva; también a interpretar el mundo sin perder el asombro, que sepa desde temprana edad el valor de lo colectivo pero que éste no desdibuje su compromiso personal.

Para ello urge que las personas adultas al organizarse para generar sus proyectos no sólo piensen en torrenteras y escaleras, en comunicación popular y desarrollo cultural, en obras de infraestructura o de producción endógena sino que, asimismo, tengan conciencia que la responsabilidad de la protección integral de los niños y niñas es compartida por el Estado, la familia y la comunidad, que son las personas con menos edad nuestra prioridad absoluta y todo sueño comunal debe pasearse por el scanner de su interés superior.

Ya en Antímano, el consejo comunal de Las Clavellinas nos está demostrando que hay principios realmente socialistas que se contraponen al grito “¡con mis hijos no te metas!” fórmula individualista que durante tanto tiempo se nos inculcó y según la cual los hijos e hijas eran un “bien” privado y como tales hacían parte del capital y patrimonio familiar. Así, “Mi abuela Rosa Inés” es el nombre del primogénito Centro Comunal de Protección Integral.

Quiera el pueblo, que estos centros se multipliquen y ya no haya más niños y niñas en almacén o en cárceles infantiles donde se les encierre en un balcón para que no fastidien. Ojalá se acepte el desafío que actualiza el legado de Andrés Eloy Blanco y sepamos de “la luz y el llanto, a ver cuál es el que nos llega/ si el modo de llorar del universo/ o el modo de alumbrar de las estrellas”.